Ideas de negocio y articulos para emprendedores, para que inicies tu negocio.

Sin más capital que el olfato y la tenacidad, edificó junto a sus hermanos una de las principales compañías del país. Nemecio Torvisco, la imagen del nuevo perfil del empresario peruano. La confirmación que se pueden hacer fortunas sin tener que cruzar la frontera.

Era mediados de la década de 1980 cuando Nemecio Torvisco empezó a vender golosinas en la puerta del cine Riva Agüero en El Agustino. Desafiando el peligro que encierra la noche, esperó a que saliese el último asistente de la última función nocturna para venderle algo. Su perseverancia para los negocios ya se manifestaba, y moldeó su personalidad. Perdió a su padre cuando apenas tenía dos años.

 

Muy niño aún, tuvo que trabajar duro en el campo con sus hermanos y su madre para llevar todos los días algo a la mesa de su hogar.
 
No importaba si la lluvia era fuerte, si el frío era intenso, había que cultivar la tierra. En su natal Abancay, antes que el gallo cantara, su abuelo lo despertaba a las cuatro de la mañana junto a sus hermanos para darles ánimo, decirles que tenían que luchar en la vida y a pesar de que su padre no estaba con ellos, se hubiera sentido orgulloso de verlos triunfar algún día. Desde pequeños, los hermanos Torvisco hicieron la promesa de mantenerse unidos. Años más tarde, migraron a la capital a estudiar y trabajar. Así llegaron al populoso distrito de El Agustino. En el colegio no les agradaba el recreo porque todos los niños salían a comprar caramelos, galletas, y ellos no tenían la propina de papá o mamá para hacer lo mismo. Nemecio recuerda especialmente un bizcocho con pasas, cuyo olor se dejaba sentir a la distancia, y no podía comprarlo; por eso, prefería quedarse en el salón de clases.
 
A los catorce años empezó a trabajar en una carpintería y a ahorrar lo que ganaba. Uno de sus hermanos laboraba en una pequeña fábrica de pinturas y de pronto quedó sin empleo. Poco después, se inició en la venta de pinturas. Nemecio se unió a él en la tarea. En una bicicleta repartía pintura a clientes de diferentes distritos, y llegó incluso a Villa El Salvador, que distaba bastante de su barrio. Usaba una mochila en la que colocaba el pago de sus ventas: fajos y fajos de billetes. Era la época de la hiperinflación.
 
Cierta noche, en una reunión familiar, estaban los hermanos reunidos tal como lo habían prometido de niños, cuando uno de ellos le preguntó si tenía algún dinero ahorrado. “Sí, ¿para qué?”, preguntó Nemecio. “Para comprar un motor eléctrico, vamos a poner una fábrica de pinturas”, fue la respuesta del hermano.
 
Alejandro, Nemecio y Prudencio –los hermanos Torvisco– decidieron aquella noche entrar en el mundo de los negocios. Al día siguiente fueron a la calle Pachitea en el centro de Lima a comprar el motor eléctrico, y luego al jirón de La Unión a que les hicieran el logo de su empresa. Así nació Anypsa, denominación formada por las iniciales de sus nombres. El primer local que alquilaron, de cien metros cuadrados, resultó una pésima inversión, fueron estafados, pues quien les alquiló el local no era el verdadero dueño. Se recuperaron y continuaron con el proyecto. El 11 de setiembre de 1991 a las 11 de la noche comenzaron a elaborar las pinturas. Su local no contaba con techo y caía una persistente garúa.
 
“Tuve que cortar un par de bolsas de plástico y coserlas para utilizarlas como techo, de manera que la lluvia no afectara la preparación de las pinturas. Con mi hermano sostuvimos el plástico por ambos extremos durante varias horas esa noche”, recuerda vívidamente Nemecio.
 
Las ventas iniciaron y la respuesta fue positiva. Estaban creciendo. Era tiempo ya de tener una oficina. Nemecio compró cuatro esteras de las más económicas y utilizó dos baldes usados de pintura y los colocó boca abajo como escritorio, mientras que un balde pequeño sería la silla gerencial. Una antigua máquina de escribir, donada por un padrino de los hermanos, serviría para llenar las facturas.
 
Sus primeros intentos fueron fallidos, no tenía mucho conocimiento de cómo calcular los impuestos, y en el intento malogró varias facturas hasta que obtuvo una perfectamente mecanografiada y bien calculada. Luego, aquel local ubicado en Santa Anita no fue lo bastante amplio para sus expectativas, por lo que se mudaron a otro de 500 metros cuadrados en Naranjal. “Lo logramos”, decían los hermanos Torvisco cuando compraron el terreno financiado por el banco. Era tan grande que tenían espacio para jugar un partido de fulbito. Pero también quedó pequeño.
 
Sus operaciones y ventas crecieron con el transcurso de los años, y ahora tienen una moderna planta de pinturas de 45 mil metros cuadrados, en la que operan 280 trabajadores, que en su mayoría proviene de Abancay. También cuentan con una flota propia de 34 camiones de reparto. Su trabajo y sus planes no cesan. “Queremos aumentar nuestra capacidad de producción y exportar a Ecuador, Bolivia y Chile”, comenta Nemecio, mientras caminamos entre los miles y miles de baldes de pintura de todo tipo y precio, depositados en gigantescos almacenes que semejan hangares de aviones. Pintura industrial, para el hogar, para autos, para todos los gustos y colores.
 
En Navidad realizan chocolatadas en su pueblo natal, a donde llevan unos cinco mil panetones. Ello los obligó a crear su propia panadería que produce los panetones Torvisco. También tienen una cervecería que ya da que hablar: Anpay, pequeña aún, pero que dispone de un terreno y equipos para ampliar su producción a 45 mil cajas diarias para el verano de 2007. Ahora, desde la comodidad de su oficina, ubicada en el piso cinco de su propio edificio, donde está el área administrativa, con una computadora personal con pantalla de plasma y un confortable sillón gerencial, nos narra sus inicios con la transparencia y la humildad que no ha perdido con el tiempo.
 
Fuente: Andina